Vacaciones...
Recuerdo mi infancia, llegaban las vacaciones, todos en mi familia, contentos y alegres, porque íbamos a encontrarnos con familiares que hacía un año que no veíamos, primos y amigos con los que jugar todos juntos y soportar así el tórrido verano toledano. Deseos muy diferentes a los de ahora, donde lo que anhelo es la tranquilidad...
Cruzábamos casi el país, desde el norte hasta el centro de la península, en un Seat 133 blanco, mis padres, mi hermano, una jaula con nuestro tarín, pajarito que nos alegraba la vida en aquel piso interior de mi amada San Sebastián, y yo.
¡Cómo añoro esas sensaciones de placer y de entusiasmo!, todo era de color de rosa (bueno, casi todo), con problemas pero sin preocupaciones.
Un verano lo recuerdo con especial nitidez. Íbamos llegando a mi pueblecito manchego y, en cuanto divisamos su emblemático castillo, hicimos una parada en el arcén de la carretera para refrescarnos, acicalarnos y estar "presentables" para hacer nuestra entrada triunfal después de casi doce horas de cansado viaje. Un verano más lo habíamos conseguido, gran azaña, jajaja. ¡Llegó la hora de disfrutar!
El verano en cuestión, como muchos otros, lo pasé jugando, ajena a los cambios que se avecinaban en mi vida. Algo intuí, sin conocer el significado de la palabra "intuición", algo desconocido sentí que me hizo disfrutar al máximo de aquél verano, el último verano de mi vida; algo se truncó en él, algo perdí por el camino y todavía busco. Ese año cambiamos de ciudad de residencia a la vuelta de vacaciones... Pero yo no pude despedirme de mi ciudad, de los granitos de arena de su playa, de mi playa, de sus margaritas, las que tantas veces adornaron mi cabello y mi cuello, creyéndome princesa de cuento de hadas, de mis amigas, incluso de mis juguetes. Tampoco me despedí de la mala experiencia vivida ese último año, que marcó mi infancia y dio el relevo a una adolescencia perdida entre sombras que, no sé si todavía rondan mis mas lúgubres pesadillas. Nadie me avisó, nadie me advirtió, en aquella época los niños obedecíamos sin más, sin opción a réplicas ni a pedir respuestas. En escasamente un mes todo cambió de repente y me perdí.
Después de casi cuarenta años que han pasado desde entonces, algo echo en falta de aquel verano, una despedida, un adiós, un por qué, una respuesta... Cuarenta años han pasado y todavía siento aquella angustia llena de esperanzas de aquélla niña amedrentada que sigue pidiendo a voces un poquito de cariño y atención.
Y este año, después de casi cuarenta, me he propuesto cerrar esa puerta que se quedó abierta a la fuerza, por la que se han colado frustraciones, traumas, tristezas acumuladas y muchos miedos, muchos. Me aventuro yo sola en ese abismo, saltando sin red y viendo toda la cantidad de piruetas que he hecho de trampolín en trampolín, hasta llegar a este punto en el que me encuentro y que, a pesar de todo, es el mejor punto en el que puedo estar.
Ahora puedo entender las preguntas sin respuestas, la no despedida de aquélla mi ciudad, que sí pude realizar hace poco, cuando la visité por primera vez después de aquella -para mí- huída, ahora puedo desdibujar esas sombras que siempre me han acompañado y darlas un poquito de color para que me hagan más llevadero el camino.
No sé si parece un poco oscura mi historia, más yo la veo salpicada de pequeñas pinceladas de colores alegres, tristes, de todo tipo y, de mí depende qué color adquiera la mayor parte de ella... Gran ayuda he tenido para pintar este lienzo, un montón de bellísimas personas a las que doy gracias por haber utilizado, todas, todos los diferentes pinceles que han recorrido mi vida.
No las voy a nombrar porque ellas saben quiénes son, personas cercanas, lejanas, allende los mares, las montañas, los océanos, las ondas, todas las que han tocado mucho o poco mi vida, de alguna manera u otra. Muchas creen que ya me han abandonado, o yo a ellas, pero no es así, simplemente hemos tenido un punto de inflexión en el que hemos coincidido plenamente y ya, cumplida nuestra misión, retomamos nuestros destinos, tranquilamente y sin agonías. Quién sabe si el destino nos volverá a unir con unas pocas canas más en nuestras sienes para recordar aquellos episodios...
En este periodo de vacaciones, con aquél verano tan vívido a mis ojos, les doy las gracias, gracias por ayudarme a cerrar puertas y hacer desaparecer fantasmas. Sin ellas y sin las situaciones vividas, nunca lo hubiera conseguio¡Gracias, gracias, gracias!
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