lunes, 5 de noviembre de 2018

¡Mami!


Mami, ¡qué bonita palabra!

Castigar, enfadar, preocupar, desvelar, dar; acciones que se convierten por arte de magia en besar, abrazar, sonreír, amar, recibir.

De entre todas las profesiones, me quedo con ésta, la que más rica me hace, por dura que sea, que lo es. Soy jefa y empleada a la vez, mandando y sirviendo. No cobro a final de mes, sino día a día, minuto a minuto. La variedad y la sorpresa de este trabajo, hace que no me aburra ni un solo segundo. No cobro pagas extras, pero las recompensas que recibo me llenan de felicidad ¿Qué más puedo pedir?

La inexperiencia, la incertidumbre, las preocupaciones, los agobios, la ignorancia a la hora de educar, con todas mis equivocaciones, me ayudan a no dejar de aprender con y de mis hijos, que son los que me enseñan a ser madre. Niñez, adolescencia, cada etapa, a cual más difícil, me aporta unas sensaciones tan dispares y profundas que nutren todo mi ser del amor necesario para recomponerme cada vez que me rompo y así poder ofrecérselo a ellos.

Yo no doy mi vida por ellos, la comparto con ellos y la pongo a su disposición. No soy su amiga, soy más que eso, soy su enfermera, su profesora, su tutora, su confesora, su cocinera, su sirvienta, su compañera de juegos, en definitiva, su madre. Seguro que ellos me ven de otra manera, pesada y malvada. Lo acepto y lo asumo, es la parte oscura de esta profesión, como una rosa con sus espinas. Algún día ellos serán padres y madre y lo disfrutarán igual que yo, o más si cabe.

Les doy las gracias a ellos, a mis tres joyas más preciadas, por llenar mi corazón de amor en los momentos difíciles y les pido perdón por todos mis errores. Sois mis mejores regalos.



¡Os quiero!

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